Monseñor, República Dominicana no puede más

Hace varios días monseñor Francisco Ozoria Acosta, arzobispo metropolitano de Santo Domingo, ofició una misa en la Catedral Primada de América con motivo de la 51 Jornada Mundial de la Paz.

En su homilía Mons. Ozoria Acosta pidió a los dominicanos “mirar a los migrantes y refugiados con la mirada contemplativa de la fe” y apoyarlos en su desarrollo humano integral.

Lo primero es aclarar que en la República Dominicana no existe una sola persona que tenga la condición de “refugiado”, lo segundo es que lo de “desarrollo integral” queda sujeto a la legalidad o no del migrante y en tercero, se debe reconocer que desde el punto de vista religioso la conmiseración hacia el prójimo es una enseñanza primaria, incluyendo el catolicismo.

Sin embargo, el tema migratorio ha de ser tratado acorde a realidades, y en el caso del país, los números indican que la balanza resulta ya pesada con un detonante crudo de consecuencias al doblar la esquina.

Cómo no reconocer que el mayor apoyo ofrecido por un país y sus habitantes a los migrantes lo ha dado este pedazo de isla con el Plan Nacional de Regularización, que además de gratuito, no exige mayores documentos a los que aplican para regular su estatus.

Los resultados están ahí, la gran mayoría de los solicitantes no han completado el proceso porque carecen de documento de identidad, algo que sólo su país puede resolver.

Ahora es ayuda o no, caso especial de la migración haitiana, que 5,150 mujeres y jóvenes del vecino país parieron en las maternidades Nuestra Señora de la Altagracia y el Materno Infantil San Lorenzo de Los Mina, según datos publicados por un diario matutino.

Dice la publicación que las haitianas superaron el índice natalidad en esas dos maternidades con el 55% de los nacimientos registrados en el 2017.

En adición, el país carga con una gran la cantidad de migrantes que se ganan la vida en diferentes actividades productivas, y son acogidos sin poseer documentación alguna, independientemente del cuestionado trasfondo existente en dicha práctica.

Sólo citamos esos casos para destacar que si algunas características adornan al dominicano son sus condiciones de bonachón, afabilidad y solidaridad.

Que el gobierno dominicano no actúe como han debido, pese a tener un mandato de la sentencia 168-13 y la Ley 169-14 que lo reviste de toda autoridad legal, es una falencia que está haciendo daño, pero otra es exigir lo que ya no podemos dar.

Directa o indirectamente los dominicanos traspasan los límites de solidaridad, demandarle más, no sería otra cosa que desbordar su capacidad asistencial.