La lucha contra la corrupción necesita más que escarmientos, aquellos que se expresan en apresamientos, multas, prisión y arreglos. Y el costo de la vergüenza pública, si en realidad anida algo en quienes se involucran en sustraer los recursos del erario.
Los ejemplos sobran como para pensar que con ellos pudiéramos persuadir a quienes van a los cargos electos o por designación para asegurarnos un comportamiento digno en sus posiciones.
Pero, desgraciadamente no ha sido así. Y todo parece indicar que tampoco será más adelante.
Más allá de reconocer la decisión del presidente Luis Abinader de encarar el ilícito de la corrupción, necesitamos trabajar seriamente en la efectividad de los controles.



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