Es ostensible la discrepancia que existe, como también la diversidad de opiniones contradictorias, sobre lo que se ha convenido en llamar el conflicto en la Cámara de Cuentas, lo que va a dificultar una salida que pueda satisfacer las expectativas de la sociedad dominicana.
Un primer gran escollo son los intereses en juego, principalmente políticos, económicos y de particulares, y los que provienen del litoral de una sociedad civil aparentemente al margen, pero activa como el que más.
En el debate gana cuerpo la intención de que se busque un bajadero, una suerte de transacción que evite llegar al juicio político, escenario en el que podría primar la integración total de nuevos miembros con todo y lo complicado que resultaría en la actual coyuntura pre-electoral.
Esa quizá sería la mejor de las salidas, que cumpliría de manera taxativa lo dispuesto en la Constitución y las leyes, aunque están los que advierten de un supuesto peligro al “desmantelarla” por completo, por lo que recomiendan identificar las fallas y segregar a los miembros que resulten culpables de irregularidades.
Precisamente esa selectividad de rebuscar en la cesta las presuntas manzanas “podridas”, es el camino que talvez no conduzca a la raíz del problema, porque siempre habrá valoraciones diferentes sobre a quién quitar y a quién dejar, ya que no han mediado objeciones personales ni críticas a la ética de sus actuales integrantes.
Se debiera partir de que el órgano rector del sistema nacional de control ha perdido toda credibilidad, por sus propios desaciertos y malos manejos de las relaciones interpersonales.
Gozar de confianza en la gestión pública es fundamental, pero de vida o muerte en una institución cuyo principal sello característico debiera ser la transparencia.
Quizás, además de una nueva composición, haya que prestar atención a algunas observaciones puntuales que han surgido en la actual discusión y que ayudarían a eliminar confusiones.
El país necesita una Cámara de Cuentas con un funcionamiento diáfano y una gestión sin injerencias externas ni complicaciones internas, y con suficiente control como para no dejar lugar a la más mínima duda sobre el cumplimiento de su misión.