El país está de asustado con los casos de linchamientos de persona que con mucha frecuencia se informan a través de los medios de comunicación.
La cifra ofrecida es de 139 asesinatos en siete años, sumatoria dantesca que avala oficialmente un observatorio que coordina el Ministerio de Interior y Policía.
Cada una de estas personas, tipificadas como presuntos delincuentes, fue asesinada por grupos de personas, convertidas en turbas, quienes con la acción cometieron igual o mayor delito que las faltas de los ejecutados.
En la República Dominicana hace tiempo que perdemos capacidad de asombro, pero la inacción del Estado ante estos casos (Policía Nacional, Ministerio de Defensa, Ministerio Público y Poder Judicial) provoca un pasmo que atemoriza. Sin embargo, igual asombra el estado en que ha caído la población porque ya asume estos casos como normal.
Llevar la contabilidad de los linchamientos y no aplicar correctivos nos transporta a “Fuenteovejuna”, la magistral obra teatral del Siglo de Oro español, sacada de un hecho histórico, del dramaturgo Lope de Vega, en la que se describe el asesinato del comendador de Calavaztro por parte de la población que vio en el crimen de éste la solución a los atropellos a los que eran sometidos.
Saludamos la unión de los pueblos para impulsarse por el camino del bien, pero hay que reprochar que equivocadamente quieran tomar partida en casos que solo competen al Estado.
También reprochable es la actuación Estado por no saber bien conducir los procesos: si hoy existen linchamientos en el país es porque no da respuestas oportunas y a tiempo.
La percepción quiebra el pulso a la realidad y de seguir, también linchará la ya mellada credibilidad institucional.
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